Sobre el camping de Cíes no reposaba ya ninguna tienda. Apenas se adivinaban los surcos que se habían excavado el fin de semana anterior. Las hormigas correteaban ya libres, dueñas y señoras de todo el terreno. Los últimos voluntarios se dirigían hacia el muelle con la mirada triste y como si sus mochilas pesasen más que nunca. El silencio se iba adueñando de la isla así como la luna le arrebataba el día al sol.
Quizás nos despedimos con la sensación de no haber hecho mucho, pero con la esperanza y la ilusión de poder intentarlo de nuevo un año más. Dejamos la isla como cuando nos alejamos de un ser querido del que no nos quisiésemos separar... y no me alcanzaban mis manos para abrazarla y demostrarle cuánto me ha dado ella, la isla, a mí.
Una última mirada al cielo, una gaviota planeando, un velero sobre la ría, al fondo Vigo, imponente, las dunas, el majestuoso, ahora solitario, arenal de Rodas y ese azul turquesa cristalino que llevo en mi retina, acariciando mi piel en mi último baño en la playa de Nuestra Señora....
Pero todo o cualquier cosa alcanza su plenitud cuando se comparte. Y ni siquiera este paraíso natural tendría sentido para mí sin los monitores y voluntarios con los que tuve la suerte de convivir estas breves pero intensas estancias de fin de semana. Uñas sucias, charlas, risas... generosidad, ayuda, colaboración... niños, jóvenes y no tan jóvenes... amigos y desconocidos que se hicieron amigos... "solos", parejas, familias... no importa. Al final todos somos uno. Un "uno" mucho más grande con su diversidad y sus matices que, a su vez, nos hace a cada uno de nosotros mucho más grandes y ricos. Al menos, yo me siento así, gracias a vosotros.
Un abrazo a todos, Fonsi.